domingo, 18 de mayo de 2014

Añadiendo poderes a la evocación

Jorge Alberto Hidalgo Toledo
En medio del camino de esta vida,
me encontré en una selva oscura,
tras extraviarme de la verdadera senda
Dante Alighieri , La Divina Comedia
Nuevamente la proyección de las ideas y su difusión a lo largo y ancho de los medios de comunicación da de qué hablar. No hay que ir muy lejos. Que si el hombre habla, porque habla y hace mal uso del lenguaje. Que si hace, que por favor le amarren las manos. Que si cree, que por piedad y por respeto no se diga; los exorcismos se practican siempre en casa y en silencio. Que si hay contenidos no aptos para cualquier tipo de público, los hay. He aquí donde comienza el gran debate de los días.
Los medios -como tal y no por los contenidos de los mensajes que emiten-, como todo instrumento de difusión de ideas, deben guardar siempre una posición neutra hacia las cosas. Sin embargo, el actual uso que se les da, en especial a la televisión, está orientado a ganar una carrera en la que la audiencia es vista como puntos de raiting  y no como un espectador con quien se tiene un compromiso -cultural, informativo y de entretenimiento. Esto ha llevado a productores y “comunicadores” a proponer contenidos cargados de sexo y violencia gratuita (de los cuales, afortunadamente, algunos han sido retirados del aire).
Por un lado, existen los que afirman que dichos contenidos no son más que la proyección de la realidad. Que sus argumentos y contextos son los mismos que vive cualquier hombre en un día común en esta ciudad.
Mientras que otros niegan toda posibilidad creativa y, faltos de una formación humana y una responsabilidad ética, emiten ideas cuyos efectos no son precisamente los deseados, ya que sus consecuencias sí superan el orden del horror y del error.
En este momento, no es nuestra intención criticar la forma como están operando los medios ni los criterios empleados por los supuestos comunicadores para definir qué es transmisible y qué no.
Lo que deseamos es lanzar una pregunta a aquel elemento intermedio de nuestro paradigma (emisor-canal-receptor) que está cumpliendo las labores de ungate keeper  o peor aún, de un policía, de lo que él juzga como la “verdad”. Sí, me refiero a todos esos informadores que han iniciado una campaña orientada a satanizar a los medios, exigiendo urgentemente que se exorcice a los mismos. Y aquí quisiera cuestionar: ¿Es ético tomar la moral individual como estandarte para arrojarse en contra de los medios y lanzar consignas cuyo valor axiológico raya, no en lo bueno ni en lo malo, sino en censurar con una serie de razones “lógicas” que les da su estrecha visión del mundo y de la vida?
Presentar el arte, y muchos aspectos de la cultura, como inmorales, porque a juicio de estos “críticos” se explota el morbo y se incita a los lectores, espectadores o escuchas a imitarlos, es afirmar que la evolución de las sociedades a partir de su producción cultural, no sólo ha sido inútil, sino denigrante para el mismo hombre.
Y he ahí su error. Aquí vale aclarar: el arte, sus manifestaciones y medios como el teatro, el cine, la pintura, la literatura y la danza, más que educar a la opinión pública y emitir mensajes “degradantes”, pretenden sensibilizar al hombre ante lo humano. Rasgar las conciencias y perforar los corazones para terminar afirmando: “esto que nos llega es nuestra naturaleza perdida y olvidada. Eso que nos duele, nos quema por vigente y por próximo. Nos diluye por ser la vida misma”.
O como afirma el escritor Rainer María Rilke en su obra Cartas a un joven poeta: “Una obra de arte es buena cuando nace de la necesidad. Es la naturaleza de su origen quien la juzga”.
Como se ha demostrado a lo largo de la historia aniquilar las expresiones artísticas, y ahora el contenido de los medios, no es la solución. Si la intención es cambiar los contenidos, primero deberíamos recapacitar y preguntarnos quiénes deberían realmente cambiar, ¿no acaso nosotros mismos?
Y esto va para todos: más que cuestionar qué ha llevado a los medios a ofrecer tales o cuáles contenidos, hay que preguntarnos ¿qué estamos ofreciendo a nuestras familias para que terminen consumiendo y reproduciendo esos modelos, o peor aún, construyendo esas realidades que tanto nos molestan?
Una acción efectiva debe, en primera instancia, gestarse en el hogar. Desde enseñar a los hijos a percibir y leer los medios hasta formar una conciencia crítica que habrá de complementarse con la labor, en paralelo, que desarrollen los sistemas educativos y otras instituciones de difusión cultural.
Por su parte, los medios deben asumir su compromiso y formar comunicadores preparados y conscientes de producir mensajes humanos y para humanos.
Sólo bajo una perspectiva crítica e inteligente, las comunidades podrán discernir entre lo que les parezca o no adecuado, entre lo que merece ser considerado como producción artística y lo que es un simple elemento de consumo. Sólo así se podrá dejar en el olvido la consigna que afirma que sólo “mochando” se puede hacer crecer el árbol.